Los seres humanos -por temas de especie- somos gregarios por naturaleza. Tendemos a conformar grupos sociales de acuerdo a nuestros intereses por un objetivo en común. Buscamos en el otro compañía, contención y complicidad.
En una era donde podemos trabajar, estudiar, comprar, y entretenernos a través de una pantalla nos ha hecho prescindir del mundo real, los amigos, la familia y los contactos casuales que nos regala la cotidianidad.
Se ha dado a conocer el término Soledad Epidémica la cual ha hecho preguntarse a la juventud si se puede morir de soledad. Científicamente se ha comprobado que la soledad aumenta la incidencia de depresión, ansiedad, demencia y altera la atención, por lo que realmente afecta nuestra salud física y mental. Sabiendo que la soledad atrofia las regiones cerebrales que regulan la cognición social, como comenta el libro El poder de las palabras “la soledad convoca a la soledad”.
Por alguna razón, uno de los métodos de castigo más empleado en la historia de la humanidad ha sido la reclusión forzosa y absoluta de aquellos individuos que han cometido crímenes. Experimentando en los reclusos problemas de salud mental como depresión, ansiedad, entre otros.
Cuando hablamos de soledad, el término puede ser abarcado en innumerables etapas de nuestra vida y puede contener no solo la ausencia de compañía sino también de conexión emocional: El experimento de Cacioppo demostró que aquellos niños que crecieron sin contención afectiva, social ni educativa sus cerebros estaban menos desarrollados y tenían problemas cognitivos severos. La contención de unos padres y hermanos que abrazan y nos acompañan nos regalan un futuro perspicaz, lúcido y brillante.
Sin embargo, estar acompañados no es sinónimo de sentirse en compañía. Una persona puede sentirse sola aún cuando mucha gente la quiera, sostenía Ana Frank. Siendo un tema de percepción, entendimiento e interpretación de nuestra realidad. Ya lo afirmaba Bukowski cuando escribió “No hay ninguna posibilidad: estamos todos atrapados por un destino singular. Nadie encuentra jamás al otro.”
La búsqueda personal conlleva a momentos de soledad, de autorreflexión y de autocrítica, excelente estado para dar rienda suelta a la creatividad y al ingenio. Einstein, Van Gogh, Bukowski, Edgar Allan Poe, por nombrar algunos referentes en diferentes campos, quienes hicieron de la soledad un espacio de reflexión, maduración y creación.
A la vez, la soledad invita al cultivo del pensamiento y la contemplación, como los ascetas, quienes logran concentrarse en un objetivo y eliminar aquellas distracciones externas. Van Gogh, en una de sus cartas a Theo, decía “el que prefiere permanecer solo y tranquilamente en la obra y sólo quisiera tener muy pocos amigos es el que circula con más seguridad entre los hombres y en el mundo”. En algunas circunstancias, en ciertos momentos de la vida, y/o algunas personalidades, la soledad es un medio para lograr ser lo que se pretende ser, es un lugar seguro. Es un refugio donde no existe la presión social o la incomprensión, por lo que se puede 'circular con seguridad'.
Moviéndome en el mapa hacia la India donde dos activistas destacados se desempeñaron, uno de ellos fue la Madre Teresa de Calcuta, quien considerablemente tuvo un discurso alejado del retraimiento social, creía fervientemente que si no se vive para los demás , la vida carece de sentido. El dedicar gran parte de su vida al crecimiento del otro, a convivir con quienes más necesitan de nosotros. -Buscar en las causas sociales algo que me llena a mí como ser humano-
Las huelgas de hambre de Gandhi, el otro activista, me han hecho pensar acerca de lo importante que pueden llegar a ser las causas sociales para cada uno de nosotros. Llegar a poner en riesgo el bienestar personal buscando el bien común enteramente alejado de la serenidad y el calor del hogar. La naturaleza gregaria se expresó en cada una de sus plegarias y de sus propósitos.
El compromiso social trae la idea de que la vida es mejor compartida, que el ayudar a otros nos ayuda a nosotros mismos y el calor del hogar es más sólido cuando es colectivo.
En momentos de la historia donde el aislamiento absoluto pobló las ciudades, aquello que realmente ayudó a sobrevivir a cada ser humano fue la conciencia de que la vida escondía un sentido en sí misma y la intensificación de la vida interior de cada perseguido por parte del régimen nazi para protegerse del vacío y la desolación.
“Cuando escribo se me pasa todo, mis penas desaparecen, mi valentía revive”. Escribió Ana Frank en su diario haciéndonos comprender que aún en la más adversa de las situaciones, donde estar solo no es una elección, buscamos la manera de enriquecernos con lo que tenemos a disposición. Le damos un sentido de esperanza a la vida, de soñar con volver a encontrarnos algún día con nuestro mejor amigo, con poder ir a un parque a pasear a nuestra mascota, volviendo al equilibrio que nunca deberíamos haber perdido.
Confirmando las palabras anteriores, Etty Hillesum en ese momento de la historia escribió en su diario el cual luego fue difundido “Me siento simplemente muy triste, y entonces esta tristeza busca confirmación. No son nunca las circunstancias exteriores, es siempre el sentimiento interior -depresión, inseguridad, etc.- que da a estas circunstancias una apariencia triste o amenazante. En mi caso, funciona siempre del interior al exterior, nunca viceversa. A menudo las disposiciones más amenazadoras -y son muchas actualmente- van a quebrarse contra mi seguridad y confianza interior, y una vez resuelta dentro de mí, perdono mucho de su carga temerosa”.
Logro comprender, después de interpretar este recorte del diario de Etty que el estar solo no siempre quiere decir que nos sintamos solos. Las circunstancias externas no influyen de manera directa en nuestro interior más profundo. El saber que podemos contar con el otro más allá de no poder verlo diariamente, o en circunstancias más extremas, como contaba Viktor Frankl en el libro El hombre en búsqueda de sentido, aún sin saber si su mujer estaba con vida en los campos de exterminio o no, el simple hecho de saber que ella existía le daba la esperanza y la motivación suficiente para mantenerse con vida y seguir luchando contra la injusta guerra. Valorar la compañía y tener la dicha de amar a otros nos llena el espíritu.
Saber distinguir aquellas compañías sinceras de las superficiales, la vida real de la vida digital. Aprendiendo del Principito, cuando en su viaje por los diferentes planetas y asteroides descubrió que “uno se siente solo a veces. (...) quienes me habían parecido amigos, parecían estar alejados entre sí”. Conectarnos con los individuos que están cerca de nosotros desinteresadamente y están presentes en aquellos momentos en los que necesitamos de su compañía, creando momentos óptimos para el desarrollo personal.
¿Quién no se ha sentido solo al menos una vez en la vida? Debemos buscar en la soledad un espacio seguro para desarrollarnos en lo personal, no tener miedo de ésta, sino sacarle el máximo provecho. Recordar que sentirse solo no es sinónimo de estar solo. Valoremos los abrazos, los referentes y las buenas compañías, esas que nos ayudan a crecer y nos alegran la vida. En la soledad encontraremos blancos, negros y muchos grises. Algunos tienen a su propio Dios, su orgullo o hasta el dolor para hacerle compañía.
Como recitó Dan Reynolds en uno de sus recitales “No te quedes solo. Habla con la gente a la que quieres. Ábrete a tus padres, ábrete a tus amigos, ábrete a un psicólogo si te lo puedes permitir”. No dejemos atravesarnos por sentimientos de soledad que sean dañinos para nuestra salud. Porque si hay algo de lo que estoy segura, es que cuando sabemos administrar nuestra soledad y los momentos en que el mundo exterior calla, podemos hacer de nuestro tiempo un espacio seguro.
Y recordar lo que Walt Whitman escribió alguna vez: “Me he dado cuenta que estar con los que uno quiere es suficiente, que demorarme al atardecer con aquellos que permanecen es suficiente, que estar rodeado de carne hermosa, inquieta, que respira y ama es suficiente".